Serpigo

 


SERPIGO



CANTO I


Cadenas de serpientes

oprimen largas avenidas de cristales,

vasos azules

y venas blandas por heridas.

Venas blandas

en los cuerpos unidos de los hombres,

en el vientre desnudo de la tierra,

y venas blandas

en la piel vidriosa de los cielos.

Y todo apretado en un corazón solo

                                  y ahora seco.


La sangre

caída y coagulada en el lomo de las serpientes.


Ya no queda más que despojos,

                    briznas disueltas en el aire.


Y en el espacio

un largo anillo dilatándose,

                    un círculo,

                           la última apariencia.



CANTO II



Miles de sueños giran

en torno de las paredes

buscando aires lejanos y marinos,

magnitudes todavía no alcanzadas,

espantos todavía no medidos.

Pero todo está aquí anclado

en embriaguez de metales y cadenas,

en herramientas aún no usadas,

en perdidas construcciones

y en orgullos

y números decapitados.

Aquí está todo anclado,

en esta isla

cercada,

solitaria

y náufraga

entre las constelaciones soñadas

en la que crece estéril

el hierro y la palabra.


La naturaleza se disfraza

en un contrapunto de orgías

y aves arrebatadas.

Los huracanes

y las olas

juegan su pantomima.

Y la risa,

y la marioneta,

y el bufón

          se despiertan.

Las paredes se estremecen

y la isla se sumerge

cercenada,

en los hondos pantanos de su burla.


Los océanos se funden,

danzan

la acrobática danza de la muerte

y se pierden

curvándose en remolinos grotescos.


Y en el encerado negro de la noche

queda quebrada la tiza para siempre.




CANTO III



Raíces de párpados ensangrentados

alimentando

árboles avizorantes,

espinas vertebradas,

bebiendo aún

la savia doliente

en los senos febriles de la tierra,

devoradora maternal,

amamantando buitres

la sed de los ahorcados

y aullidos vegetales

que apacientan

llanuras muertas,

que ofrendan al cordero

rumores de leche y sangre.

Devoradora maternal

desencadenaste

los ladridos de tus perros

y extiendes

un velo de polvo

sobre tus gargantas abiertas,

sudario

de las mareas agonizantes,

sudario

de los astros amarillentos

caídos como hojas muertas,

quebradas soledades

en ansias estelares y recientes.

Allí están

los hijos fatídicos de la muerte,

buitres vigilantes

y aullidos vegetales,

guardianes fieles

orando la letanía

de lo que ya nunca retorna

y se vuelve

yemas puras

vivificando la nada,

sosteniendo la viña,

fecundadora de sombras,

engendrada

en los acantilados infiernos de la burla.

Raíces de párpados ensangrentados

ocultas

en las agrias fauces de la tierra

ciegan

el ojo fúlgido

que no inunda ya de luz

más que a si mismo.

Quedan oscurecidos edenes

saboreando frutos muertos.

Viviente,

anhelante aún,

huye el ciervo

vanamente

entre vírgenes floraciones,

entre la retama de los gérmenes,

arañando las arenas,

buscando beber

el cáliz

donde manan

auroras aún no nacidas,

donde fructifica

el corazón de los pájaros,

temprana simiente traicionada.

Huye el ciervo

vanamente.

Aullidos vegetales

le hunden en el espanto

y le absorben

y le ocultan

           para siempre

raíces de párpados ensangrentados.





CANTO IV



Dunas del tiempo aparecido,

pantanos de la noche sin memoria,

ciegan

el ojo fúlgido

transfundido a las aguas

padeciendo

en la raíz del espanto

pulsaciones oceánicas,

estertores del círculo quebrantado.

Torturada la piel

de las originarias plenitudes

en los potros submarinos.

Se desgarra

la membrana de los astros,

se deshila

el tejido de los climas terrenales,

se desunen

las horas hermanas

y cristalizan

en los lagos impasibles

como pirámides rotas,

como azules estalactitas

que cuelgan

y se burlan

          ahorcadas

en la soga

de soledades vírgenes,

de mágicos espejismos.

Grotescos arlequines

en las moradas ilusorias.




CANTO V


Medusa vegetal

afiebraste

el somnoliento corazón

de las edades tempranas,

paralizaste

el júbilo de las venas

que nutrían la espiral

vigilante

entre las uñas de la noche

y ya apurando

en cálices terrenales

su último vértigo:

vendaval de las oscuras latitudes

desencadena

el dolor de los volcanes,

y germinaron

salmos de lavas antiguas,

letárgicas,

ahora florecientes

en las vísceras

abiertas

durante el sacrificio de los astros,

sin otro designio

que la embriaguez de las hogueras.


Están todavía palpitantes

enmudeciendo

el diámetro de los tiempos,

el único círculo,

la raíz,

el ojo plenisolar,

torturada la retina

en los efluvios de la sangre.


Sin otro designio

que la embriaguez de las hogueras.

Hierven las nebulosas

y derraman ungüento

en los vacíos siderales.

Vierten miel los enjambres

en el firmamento,

quemados los párpados

jamás abiertos

de las constelaciones.

Estelas incendiadas

recorriendo,

corceles indómitos,

las dulzuras últimas

de la apariencia.


Sin otro designio

que la embriaguez de las hogueras.

Crecen

árboles ultralucientes

hasta la palidez de los rostros,

en que sus ojos buscan sus ojos,

y danzan la única danza

cuando el balido del cordero

despierta la noche general.


Un manto purpúreo

cubre

el túmulo del sacrificio

atesorando

un último eclipse

en cada sueño.


En vano se desvela ya la niebla.

La tierra abandona sus raíces

y polvo de semillas muertas

germina nunca entre las manos.




CANTO VI



La muñeca espectral

tiene garras de bronce,

vigilante

e impasible como un sueño

extiende su red

sobre las plantas

aún vivientes

y arraigadas

en las primaveras solares.


Destrona

la claridad de las mañanas

asesinando

albas presentes,

que todavía

eternas desposadas

de las albas futuras.


Bebe

la venganza del ahorcado

y aniquila

la fertilidad de la mandrágora.

Se viste

con el hedor de los buitres

cuando corona

su cabellera rojiza

con la espuma de cadáveres

triturados

en odres de edenes

ya perdidos

y ocultos

en el salobre mar

de las más fuertes oscuraciones.


Se despiertan

las serpientes marinas

y no te servirán

de alimento.

Se disponen

los guerreros al combate

y arrojan

sus flechas hirientes

sobre tí,

agujas nostálgicas

de ser sin más

que presencia retenida.


Los vientos

te despeñarán

desde los acantilados de la carne

y caerás

en el lago

fiel a lo inmutable.


Despojada de tus vestiduras,

espiante

muñeca infernal,

allí habitarás

los terribles sótanos

que alimentan

tu misma mortaja,

laberínticos mundos

donde los enanos

y gigantes

transpiran el espanto

e hilaron

desde siempre

tu sudario.


Habitarás

en el lago

fiel a lo inmutable

y ya nunca

podrás renovarte

siendo tu misma

un solo gesto.


Se celebra

el último rito de las sombras.

El fuego,

fantasmagórica muñeca,

aniquila tu memoria

desgarrando

como miles de cuchillos

sepulcral la piel

de tus cenizas.



CANTO VII



Simientes milenarias

durante el diluvio general

naufragan

palpitantes

en la estéril agonía

de los plenilunios.


Retornan

tejidas por las arañas

que desde siempre

envenenaron la sangre

y pudrieron

la membrana letal.


Recorridas

las venas originarias,

órbitas del engendramiento,

túneles de la memoria

hecha escombros

en los laberintos de la carne,

jirones calcinados

en el vientre de la tierra

ascendiendo doloridos

por la piel vegetal

hasta los espantos

que habitan

los senos maternos,

amamantando al cordero

con lluvias de granizo

y derraman la sal

sobre las llanuras fértiles,

absorben

el eco de las mareas

y ciegan

los acantilados

donde presagian distancias

las aves marinas.


La madre

escupe

y devora

los sentidos de sus hijos

que pulsan el aire,

la soga aparente

donde cuelgan

los últimos latidos

y retornan

al tejido de las arañas

y se hunden

en las venas originarias,

en las órbitas del engendramiento,

y volverán

ascendiendo

en jirones doloridos

hasta los ciegos

fatídicos senos maternos.



CANTO VIII



Torturados pájaros,

vértebras de la memoria,

coágulos transfijos

en el estanque virgen,

lúcida soledad

de entrañas funerarias,

se viste

de cárdenos ropajes,

bebedizos amargos

fermentados

en las vísceras

durante el sacrificio

apenas presentido

de las vegetaciones corporales

martirizadas

en las fraguas de la carne

recorridas

sus arterias

por las orugas amantes.


Ciegos caminos

de larvas sonámbulas

germinaron

en el eclipse total:

en sombra hunde

el telar de las horas,

y emergen

los ciclos terrenales

en preñez de espinas,

gérmenes doloridos

aún soñantes

y ya ocultos

en el sudario de los vientos.


Torturados pájaros

no pudiendo nacer

más allá

de sus alas dilatadas.


Arrancado

carne a carne

de su plumaje

el rocío

que hilaran ciervas huidas

de la última noche.

Transfijos

en el estanque

respiran espectros

en los húmedos laberintos,

bosques

de nocturnas aguas

donde los ojos luminosos

se imaginan errantes.

Solo se revuelven

en los anillos de sus órbitas

y maldicen

la ceguera de los párpados.



CANTO IX



Fúlgido árbol

lúbrica culebra

lengua de sibila

presagiaste hechizos

de ultralucientes verdores,

tu fatídica ternura

tejió sólo dolientes

los espectros errabundos,

turba amarilla,

hojas lívidas

festejándose

en las pústulas de los enigmas

al filo de las heridas.


Desarraigo de la sangre,

la sangre

pulsa estremecida

cuerdas de un vértigo

que devora,

amarga de perderse,

al fin amarga,

detiene sus mareas,

ciega absorbe

los latidos vegetales,

las terrestres agridulces agonías.


Convulsa,

huracanadas oscuraciones

la derraman errante

por subterráneas galerías implacables,

por glaciales arterias

laberínticas y submarinas,

tentadoras mortajas

y aún alarido de la sangre

ya cárdeno ropaje

sólo cubre despojos,

líquidos vestigios

de antiguas floraciones,

su manto traicionado

envuelve nodriza

el árbol fúlgido,

mágico espejismo,

mentida transmutación

de lo vivido,

donde millares de ojos

colgaban como frutos

transfijos en el espejo

que los ciega,

hojas lívidas,

espectros

festejándose

en las pústulas de los enigmas

cuando brillaron

invocadoras

aurorales sonoridades

de la lúbrica culebra.


En último deslumbramiento

desarraigo total de la sangre.


Se despiertan hechiceros

los búhos que la habitan

y avizorantes

sobre el fantasmagórico árbol

fraguan sus órbitas

anillos de brasa

en el vértigo

de la noche general.



CANTO X



Está

la ciudad solar

fulminada

entre las fiebres

de las rotas espirales.


Ascienden,

torbellinos homicidas,

las siete murallas

que la cercan.


Ultimo sortilegio

en fatídica visita

de los perros nocturnos

que extendían

la red de los ladridos,

paralizando

el peso de los cuerpos,

único volumen de lo vivido,

quebrantaron

las esferas luminosas,

feroces

corrompían

el juego de los signos

cuando envenenaron

en gestos definitivos

la geometría

prisionera de los ojos.

Y en el vértigo tenebroso

enturbian

y aniquilan

la leche originaria,

desgarran

senos maternos,

vientres fecundos.

Y ya sólo son espectros

todo florecimiento.


Enjambres de moscas

ciegan el espacio,

están devorando

succionando

excrementos

de lo que no despierta todavía

al único fulgor

y está retenido

nutriendo

a los gusanos

que viven

entre las presentes pestilencias

de lo nacido.


Retornarán aún

las águilas antiguas,

acróbatas

en los más altos designios,

hundirán

sus garras hirientes

en los perros infernales.


¡Qué la sangre se derrame!

la sangre de los perros

alimentará

los senos maternos

y revivirá

la fertilidad de los vientres.

Serán despeñados

perros nocturnos-vigilantes

en los corredores de fuego,

espejismo de su morada.

Despeñados vanamente

no tardarán

en eyacular

espermas de la apariencia,

gérmenes

de la única muerte viva

en el ascenso de la sangre

en los frutos de la tierra

en las amplitudes marinas

en el dolor virginal

de los espacios abiertos.


La ciudad solar

está fulminada.

Están partidas

espirales

círculos

esferas

que contienen siempre

el contorno de lo vivido.

Y ante el rostro de la Gorgona

la cabellera de serpientes

el aullido de las noches

el sortilegio homicida,

la ciudad

en un último gesto

apenas furtivo

se viste

con el sudario de los tiempos.


En el aire

impasibilidad

que nunca

ahora

tendrá ayer

jamás

un rostro.




CANTO XI



Escriba de la noche

esfinge suicida

distorsiona

fatídica

entre desarraigos amarillos

el enigma de los círculos,

bebiendo

alimentándose

turbiamente

en el amargo pergamino

de los tiempos

que tejieron

terribles hebras,

alfabetos,

puntos cardinales

de todo espanto,

cuadrante homicida

donde las copas de vino

no derramadas

se devoran a sí mismas.


Festín de los espejos:

se destruyen los cuerpos

en el fulgor de las miradas.

Terribles hebras

alfabetos

puntos cardinales

de todo espanto

afirmando

fiestas de esta noche,

la locura del escriba

y agrios banquetes de la esfinge

la suicida embriaguez

de los enigmas.

Maligno festín.

Ya la noche

el escriba

y los enigmas

en embriaguez suicida

arrojan

su cadáver

de sexo-serpiente

en abiertas

las honduras

de la tierra,

devoradora antigua

de círculos,

las plenisolares esferas,

y ojos ultralucientes,

desarraigos

todavía no vividos,

turbias raíces,

espinas dolientes

en amargos pergaminos

de los tiempos.


Entrañas de la tierra

ascienden volcánicas

en armaduras de lava

y lodo

y sangre

y despiertan a sus muertos

orgullosos

en las fiebres

y la peste.

Y ya un sólo gesto

revivirá la fiesta.


Se derraman de las copas

sueño

vino

o sólo veneno

supuran las heridas,

cáliz de oscuros designios.

Es la hora de la danza

ballet

mágica pantomima:

los vientos

y desiertos

pantanos

y las dunas

y los ríos

acabarán

poseyéndose a sí mismos

en el sarcasmo de sus fuentes.


Las entrañas de la tierra

despiertan a sus muertos,

ellos fecundan

la mortaja-nodriza

que amamanta

al lobezno

y al cordero

que nutre al árbol

donde pueden fructificar

las hogueras,

gérmenes,

recuerdo definitivo

en la tiranía

de los conflictos.


Y arde

arde

al fin

arde

el viejo pergamino

de los tiempos.




CANTO XII


Las arañas gigantes

péndulos de la memoria

abominan

hermanas-vírgenes

su ternura

en los nidos nocturnos.

Péndulos de la memoria

sus hebras impasibles

encadenan el tiempo,

vegetaciones fantasmales.


Las arañas gigantes

hilan

la gravidez de lo vivido,

sonámbulas

maldicen el telar

donde bordan

sus excrementos

el nacimiento y la agonía

desposados

del sol y los plenilunios,

las arterias fúlgidas

muertes minerales de los astros,

el equilibrio errabundo

fatídico de las constelaciones.

Sonámbulas

maldicen el telar

donde los lobos

ofrendaron sus aullidos

en que tiñeron

púrpura de gemidos

la sangre del cordero.

Turbia urdimbre,

oscura maternidad

nutriendo,

sosteniendo,

armonías ciegas

espectrales.


Arañas plañideras

ante el ahorcado

permanecen,

pende de la máscara

que fue nunca mañana

ni ayer

ni origen

ni nostalgia.

Es eterno lo mutilado,

mueca grotesca

de firmamento amargos

y submarinos,

laberintos inaccesibles.

Están sólo trémulas las algas

y quizá

no más allá

el espanto.

Laberintos inaccesibles

donde puede nacer

la risa del acróbata

portador

en ofrenda

de los gérmenes.


Las arañas sonámbulas

maldicen el tejido

y se ocultan

en los bosques

y las aguas

y arrastran

pesadamente

armonías ciegas.


Y vana será su morada,

vana la mortaja

que sus noches engendraron.




CANTO XIII



Murciélago azul,

carnicera apariencia,

beberás

en las venas.

Allí

se deslizan

cálidos líquidos de los muertos,

los muertos

habitaron

desde siempre

la sangre,

le entregaron

en ofrenda

el esperma de la noche,

la fuerza germinal

de un cadáver,

única raíz

del tiempo aparecido

que ahorcado

juega

turbiamente

en la soga,

la higuera

de la mutilación

y el espanto.

Y beberás

en las venas

la ternura

ternura

las venas

el espanto.

Murciélago azul

hundiste tus uñas de bronce

y de la nada

hundiste

aguijones

y aguijones de sarcasmo

en frutos de arterias

apenas iniciados,

desgarrando

palpitantes las distancias

y líneas divisorias

se derraman

se abren

y anhelan todavía

la convergencia total.

Putrefacción del espacio

y aún alimentando

últimas floraciones

en la pestilencia

de la carne,

el orgullo

de oscuros nacimientos,

la tortura de los astros

en el tapete verde

de los sacrificios

donde saltan

los enanos

la cuerda de los conflictos

y juegan a los dados

toda permanencia

y se divierten

cuidando el jardín

de los muñones celestes,

flores engendradas

en el vientre de la tierra.

Maternidad

laberinto

donde se ocultan

los no nacidos

y nacidos

y danzan

y salmodian

la existencia afirmativa.

Murciélago azul

en la cueva

de tus orígenes

desollaste

las plantas vivientes,

envenenaste

la madre

y pusiste veneno

en la leche originaria,

asesinaste

las horas hermanas

y convertiste

al tiempo

en el ahorcado,

torturaste

la muerte,

no le diste

nacimiento.

Despertaron

su locura

los cinco sentidos

y en la embriaguez

de las hogueras

y la noche

se arrojaron

lanzas de fuego

mágicos espejismos

contra ti.

En vano arde

la ceguera de tus ojos.



CANTO XIV



Anillos de fuego,

lumínicas serpientes

en la noche turbia,

ciñendo

coronando

dolientes cumbres

desgarradas

y sin nacimiento

mutilados orígenes

en la piel de la tierra

que siempre impasible

presagia nunca

y mañana

el filo de las heridas.

Crueldad de enigmas,

quebrada raíz en el espanto.


Larvas malignas

recorren

escaleras infernales,

nocturnas muecas

y máscaras subterráneas

ascendiendo

¡hora hermana del festín!

montañas-monstruos,

hospedajes de la fiesta,

pútridos muñones.


Asisten

los condenados

al banquete:

aquelarre de los conflictos

y confusión de los días y la noche

aquelarre del tiempo,

embriaguez hostil de lo nacido

prisionero

en el júbilo luminoso de la muerte,

juego de los dedos

pulsando permanencias

en el mapa disperso de los vientos

y vientos

rota geometría de los ojos.

Despierta embriaguez

de lo nacido

al desarraigo

en la raíz

fruto

los gérmenes

mórbida osamenta

del cerca y lo lejano.


Embriaguez de lo nacido

despierta,

umbral de la última llanura,

destrona límites

afila

los cuchillos del azar

y asesina

en el sacrificio de la máscara,

crimen de los rostros,

las flores amargas de la distancia.

Anillos de fuego

coronan

montañas-monstruos,

hospedajes de la fiesta,

pútridos muñones

supurando

en las primaveras solares

torrentes de hiel,

tentáculos

deslizándose

por la carne de la tierra,

pulpo gigante

acaricia

y cubre su ternura

la piel tersa en que camina.


En las cumbres

mutilados orígenes

y abiertas las heridas

el ojo solar

fermentaba la carroña.


Mutilados orígenes

en la piel de la tierra

en el vientre de la tierra.

Las arterias

recorridas están

por humores amargos,

laberinto

donde la muerte se refugia

y es peste todo crecimiento.